lunes, 24 de agosto de 2009

“NO TENGO NI UN PESO”


Hace tres años mi esposo y yo vivimos en Buenos Aires y para calmar un poco el sabor a lejanía, de vez en cuando nos reunimos con otros colombianos que como nosotros, llegaron a buscar una mejor manera de vivir o una posibilidad para estudiar. En esas reuniones es inevitable que en algún momento terminemos comparando la forma de ser de los costeños colombianos con la de los porteños, porque es el círculo en el cual nos movemos, y al que nos hemos acostumbrado. Y aunque siempre decimos que no cambiaríamos las costumbres de nuestra tierra, todos acordamos en que lo que si adoptaríamos es esa idea que tienen los habitantes de Buenos Aires que no todo es trabajo y que los momentos de relax y vacaciones son sagrados.



Aunque los porteños se quejen de que no hay plata, que la economía está cada vez peor, los restaurantes siempre están llenos de gente, cualquier día de la semana, a cualquier hora, siempre hay personas en un café, compartiendo con amigos y ni que decir de las vacaciones...no importa en qué estén empleados, o cuánto ganen de sueldo mínimo, pero en vacaciones casi siempre hay un viaje, aunque sea por una semana a la provincia de al lado.



Muchas veces he llegado a pensar que la clase media o media baja de Buenos Aires no tiene ni idea de lo que significa la expresión “no tengo ni un peso”... y lo he llegado a pensar porque en alguna ocasión en que estuve trabajando, tenía que ser muy cuidadosa en administrar el sueldo de tal manera que me alcanzara hasta el próximo pago, porque si usaba dinero para algo que no fuera urgente o necesario, me vería en la obligación de conseguir plata prestada para cubrir el descuadre económico.



En más de una oportunidad, mis compañeros de trabajo planearon un viernes ir juntos al Mac Donald´s a comer después de terminar la jornada laboral, o ir a un after office o juntarse el sábado en la casa de alguien y pedir empanadas, y en más de una oportunidad tuve que decirles “chicos, lo siento, no tengo ni un peso”, pero me sorprendía cuando me contestaban: “yo tampoco boluda, igual mirá que no vamos a gastar mucho, ¿eh?, Somos varios o sea que cada uno pone por ahí $20 o $30 pesos y ya está” y ¿Cómo explicar que inclusive esos $20 que para ellos eran insignificantes, para mí podían representar dos días sin comer o una semana sin pasajes para ir a trabajar?



Tantas veces tuve que sacar esa excusa, que sentía que al final no me la creían y ahí fue cuando empecé a decir: “no puedo acompañarlos porque mañana tengo que madrugar a estudiar... rindo la otra semana” O por lo menos así no sentía que me miraban como a la pobre del grupo.



A pesar de lo experta que me volví evadiendo reuniones sociales que significaran algún gasto extra, algunas veces he tenido que recurrir a los amigos cosechados en tres años para solicitar préstamos económicos.



Tengo una amiga a quien quiero con el alma, que después de escuchar mi pedido, me respondió que no podía prestarme porque “no tenía ni un peso”... y dos días después vi en el facebook las fotos que había tomado la noche anterior en una discoteca porteña a donde había ido con unas amigas... y en ese momento pensé que a lo mejor para ella no tener ni un peso significa que después de pagar sus obligaciones económicas, no le queda ni un peso salvo para irse a un boliche de fiesta con unas amigas, pero al fin de cuentas es su dinero y es más que obvio que puede usarlo como quiera, lo único que me inquieta es su interpretación de la frase “no tengo ni un peso”.



Escribo esta reflexión porque hace un par de días mi esposo y yo teníamos que pagar unas cuentas pendientes del mes pasado, que en total sumaban $844 pesos y debido a una crisis laboral originada por la suspensión de eventos a causa la Gripe A, nuestros ingresos fueron insuficientes para cubrir todas nuestras obligaciones, así que tuvimos que recurrir a nuestros amigos.



Hicimos varias llamadas a teléfonos celulares, obtuvimos préstamos de 5 personas diferentes, en cantidades diferentes, que nos permitieron llegar a la suma de $798 y faltaban pocas horas para entregar el dinero de la deuda. Parecía una teletón para recaudar fondos en menos de 24 horas para ayudar a los damnificados por el huracán Hugo y gracias a Dios, encontramos la ayuda incondicional de personas con las que estamos más que agradecidos.



Esa tarde rebuscamos en todas las chaquetas, pantalones, mochilas, carteras, tratando de encontrar unas cuantas monedas más que nos permitieran llegar a la cifra cerrada de $800. Finalmente decidí dirigirme al supermercado chino con un billete de $10, y mentirle a la cajera diciéndole que sólo tenía ese billete para viajar en bus y que por favor me prestara $2 pesos en monedas que después se los devolvía. El plan era muy bueno, porque aquí sólo se puede viajar en bus pagando con monedas y es de público conocimiento que las monedas son escasas, así que la gente suele hacer este u otro tipo de operaciones para salir del paso. Además ese mismo plan ya lo había hecho antes y había funcionado. Pero la cajera que siempre me ayuda no estaba y el chino me dijo: “No hay moneras”, por lo tanto regresé a casa con la preocupación de que faltaba muy poco para entregar el dinero y aún estaba descompleto.



En la puerta del edificio estaba el encargado; No es que seamos amigos, apenas si nos saludamos, pero esto era una cuestión de vida o muerte, entonces usé la estrategia del supermercado con él y ¡funcionó! Me entregó dos monedas de un peso y con eso completamos los $800.



Cuando vino la persona dueña del dinero, le pedimos disculpas por entregarlo descompleto, afortunadamente no puso ninguna objeción y acordamos la entrega del resto para la semana entrante.



Cuando esta persona se fue, mi esposo y yo nos sentíamos libres: libres de esa gran deuda, libres de preocupaciones por el momento, (pues acordamos con nuestros amigos, pagarles los préstamos un mes después), sin un peso, ¡pero tranquilos! Al día siguiente mi esposo tenía que ir a un ensayo de teatro y yo tenía que ir a un casting... había un amigo que nos iba a prestar $50 pesos más, pero sólo podíamos vernos con él a medio día, en la mañana era imposible.



Levanté el teléfono fijo de mi casa y pedí disculpas por no asistir a la prueba de actuación y 10 minutos después sonó el celular de mi esposo: la directora del grupo de teatro a donde él debía ir a ensayar estaba enojada porque le había incumplido. Teníamos un problema: como explicarle que no teníamos ni un peso, si es que en el imaginario de la clase media porteña no existe la posibilidad de levantarse un día y no tener un centavo para comprar pan para el desayuno.



Finalmente mi esposo no tenía más excusas que la verdad, cuando le dijo a su directora de teatro que no tenía dinero para el boleto del tren, la directora se mostró incrédula y le sugirió a mi esposo conseguir dinero prestado con algún vecino que ella allá se lo devolvía... ¿Con algún vecino? Si ni siquiera sabemos cómo se llama la persona que vive en el apartamento de al lado, solo sabemos que todos los días sale de casa a las 8 de la mañana y regresa antes de las 19 hs y lo sabemos porque escuchamos sus pasos en el pasillo silencioso que tenemos en común.



La verdad es que siempre hemos dicho que nuestra llegada a este país ha sido un milagro de Dios, porque en muchas oportunidades en las casas de nuestros padres también han amanecido sin saber cómo obtendrán el dinero para comer ese día y agradecen las escasas veces en que hemos podido enviarles algún dinero desde el extranjero.



Hace tres años llegamos a Buenos Aires a un evento cultural y tuvimos la suerte de que el valor del pasaje aéreo fuese pagado por un patrocinador, una vez en tierras gauchas, decidimos quedarnos para estudiar y a partir de ahí, la lucha por subsistir nos ha permitido mantenernos en una ciudad donde no hay tiempo de preguntarle al vecino cómo amaneció, donde hay que correr para evitar la hora pico, donde no se puede hacer rendir el dinero comprando artículos de la canasta familiar menudeado, es decir, sólo se puede comprar el arroz o el azúcar por kilos y no por libras como en Colombia, donde no se puede comprar un cuarto de aceite para usar en el día, sino que hay que comprar la botella entera; una ciudad que encanta por la belleza de su arquitectura, sus paisajes, sus adelantos, su organización y porque la gente es consciente que aunque no tenga ni un peso en el bolsillo, en el verano hay que irse de vacaciones aunque sea a Mar del Plata.



Mayerlis Beltrán