martes, 9 de enero de 2007

MI VISION DEL NARRADOR ORAL
















Nunca se me ocurrió elaborar doctrina ni teorizar acerca de la cuentería, por lo que la visión que expondré a continuación surgió con posterioridad a la praxis y tuvo como objetivo explicármela, a diferencia de los más destacados narradores de mi país en los que el estudio de los requerimientos de esta disciplina marchó parejamente con la evolución escénica(el caso de Mayra Navarro resulta paradigmático entre los más relevantes, por eso su obra escrita ha de ser bibliografía obligada de todo el que quiera incursionar en esta manifestación).
En mi caso he narrado desde niño. Mayores y contemporáneos me buscaban en ocasiones propicias para que “contara algo” y siempre alguno repetía mía narraciones que se basaban en vivencias propias y ajenas, con las que construía esas historias que se contaban en cualquier sitio, con la espontaneidad del conversador del banco del parque en el pueblo del Caney, sus barberías, bares y velorios sin que se me ocurriera jamás que existía una técnica, una metodología de la palabra y un proceso interior para preparar la memoria y templar y proyectar la voz.
Un día fui conciente de que durante muchos años, sin proponérmelo, había indagado en la historia de figuras, sucesos y tradiciones de mi pueblo natal y de la región sur-oriental del país y que había comunicado el resultado de esta labor de rescate, a través de la palabra en encuentros espontáneos e informales.
Es posible que en esta fuerte inclinación por la cultura popular haya influido el conocimiento de la labor investigativa de mi abuelo paterno Don Francisco Martínez y Martínez, que fuera recogida en la colección “Oriente Folklórico” en la década del 30 de siglo pasado.
Ya para entonces yo tenía mis propias criatura de carne y hueso y por algo más de treinta años, esta interacción entre el cuentero y sus personajes populares que se incrementan mediante el estudio de la tradición oral, ha sido el riesgo que ha caracterizado mi labor de contador de historias y leyendas.
Habría que decir que la historia de los personajes populares que se movían en el marco histórico del Santiago de Cuba en la época de mi juventud había comenzado muchos años antes de yo nacer. Por ejemplo el más conocido de todos, José Roberto de la Tejera, el Caballero Roberto, vino al mundo coincidiendo con la conclusión de la Guerra Grande y ha transcurrido más de medio siglo desde su concurrido sepelio y aún su leyenda está viva, porque el pueblo se ha encargado de transmitirla de generación en generación a través de sus infalibles vasos comunicativos. Era una real y valiosa mitología santiaguera que valía la pena estudiar y difundir.
Pero no quiere tomarlos como eran en su etapa final ya que no habían nacido viejos ni dañados por el tiempo implacable, por eso traté de saber más de su niñez, su adolescencia, sus sueños y proyectos de su etapa de plenitud y
descubrí muchas cosas interesantes. Son estos los personajes mayores, los que
conocieron la fama local. Pero quedaban los otros, anónimas formas cotidianas, con marcadas características para la pieza cómica o la estampa jocosa, bufa o costumbrista, porque Santiago de Cuba es esencialmente una ciudad de tipos en el más amplio sentido del vocablo, expresivo de un modo de ser característico, de figura poseedora de individualidad. Según aquello que nos limita hacia afuera, como la personalidad es nuestro límite
hacia adentro. Es este el contenido de las historias que cuento a viva voz desde hace muchos años y las que presentaré con el mayor respeto por la diversidad, en la Primavera de Cuentos 2006.


Francisco Ramón Martínez Hinojosa
Narrador Oral Cubano

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